Este artículo pretende compartir los hallazgos de una serie cartográfica realizada para comprender y experimentar los jardines del Real Alcázar de Sevilla de manera más intensa.
¿Pero porque una aproximación cartográfica?
Quizás porque apenas existen mapas botánicos de los jardines del Real Alcázar. Esta circunstancia no deja de ser una paradoja pues, durante mucho tiempo, el Alcázar fue una referencia en la producción cartográfica global; siendo punto de encuentro de geógrafos, aventureros y exploradores, entre los que se encontraban aquellos cuyo cometido no solo era dar cuenta de los lugares, sino también de los recursos y especies naturales que lo habitaban. Un linaje que comenzó en Sevilla hace más de cinco siglos con los viajes de Hernando Colón a las Américas y que se fueron enriqueciendo con las aportaciones de Fernández de Oviedo, José de Acosta, Francisco Hernández, o Antonio de Ulloa.
Desde esta perspectiva, el Alcázar fue un lugar para el desvelamiento de otros lugares. El espacio donde emergía la cartografía de un nuevo mundo compilada fragmento a fragmento, viaje a viaje, y cuyo objetivo último era revelar lo que, hasta entonces, era una TERRA INCOGNITA.
Sin embargo, ahora nos gustaría situar al Alcázar mismo como TERRA INCOGNITA, en este caso paisajística. La cuestión es ¿desde qué perspectiva se puede afirmar que los jardines del Alcázar son ignotos? ¿Acaso no conocemos las especies que lo conforman? ¿Acaso no sabemos minuciosamente casi todo lo concerniente a cada una de ellas?
Evidentemente sí, pero como afirma Jordi Solé los desafíos de la ciencia están cambiando y dirigen ahora su mirada no ya hacia lo aislado y fragmentario, por ejemplo las especies y sus singularidades diferenciales, sino hacia el sistema que las vincula. Organizaciones –como la sociedad, el cerebro, un ecosistema, o por qué no, un jardín como el que nos ocupa– difíciles de comprender a simple vista y que necesitan de nuevas cartografías capaces de desvelar el comportamiento de los múltiples elementos en interacción que lo conforman.
Teniendo en cuenta estas apreciaciones, y retomando las preguntas anteriormente formuladas, tenemos que reconocer que, efectivamente, sabemos cuáles son las especies que constituyen los jardines y también sus cualidades y comportamientos aislados. Pero en otro orden de cosas, poco sabemos sobre su localización, sobre los patrones de asociación entre ellas, sobre los efectos emergentes que provocan al trabajar en conjunto, o de si existe alguna relación entre estas cualidades y nuestras preferencias por tal o cual lugar en el jardín a lo largo del tiempo.
Estas son, por tanto, algunas de las cuestiones que una adecuada cartografía de los jardines podría ayudarnos a responder. Por ello, hemos optado por utilizar un Sistema de Información Geográfica (SIG) como soporte. Una plataforma que permite, en definitiva, vincular y superponer datos asociados a la localización de cada ejemplar (tomados in situ), con datos genéricos asociados a las especies (suministrados por el inventario botánico).
El resultado de dicho proceso ha desembocado, en esta primera versión, en la identificación y localización de 21.000 ejemplares botánicos. Una cartografía que, sin embargo, solo es la punta del iceberg, puesto que debajo de ella una masa informe con más de un millón de datos espera ser procesada, combinada e interrogada, con el fin de mostrar no solo nombres y localizaciones, sino comportamientos, efectos, y asociaciones antes veladas.
Es esta potencialidad, por tanto, la que otorga valor a esta primera cartografía completa de los recursos botánicos de los jardines. Una plataforma accesible y actualizable que, a partir de ahora, se pone a disposición de la comunidad científica para abrir nuevas vías de investigación, gestión y difusión de los jardines históricos del Real Alcázar de Sevilla.
Sin embargo, no se regocija este proyecto en la descripción fragmentaria de cada especie, o en la localización minuciosa de cada ejemplar, sino que también persigue comprender la arquitectura del jardín a partir de la combinación y el comportamiento de los diferentes elementos botánicos que lo conforman. Un conocimiento que entendemos estratégico para la gestión y el mantenimiento del mismo.
Atendiendo a esta aspiración el proyecto se orienta, a la elaboración de nuevas aproximaciones que, partiendo de los datos recolectados, permitan visualizar y poner en valor las múltiples dimensiones que estos jardines atesoran.
Se inaugura por tanto un atlas alternativo, formado por una compilación de cartografías cuyas primeras aportaciones tendrán por objeto visualizar los efectos que provocan los jardines no solo sobre la conciencia, sino también sobre el cuerpo, la cultura y el ambiente que los rodea.
Presentamos pues, una serie de 10 aproximaciones que en ningún caso pretenden agotar la lectura de estos jardines, sino hacerlas proliferar rescatando, entre otras, la dimensión histórica, planetaria, topográfica, aromática, cromática, comestible, sanitaria, climática, atmosférica o asociativa que poseen los recursos botánicos de los mismos. Multitud de cualidades que, latentemente esperan ser cartografiadas para mostrar la escala e importancia de sus efectos.
Con ellas os dejamos, con el deseo que las valoren por su potencialidad, y no solo por los resultados arrojados por estas primeras tentativas.
1. El JARDÍN CULTURAL
La primera cartografía realizada es probablemente la más conocida. Se trata de un mapa que muestra los jardines del Real Alcázar como un conglomerado creado por diferentes culturas a lo largo del tiempo. Una amalgama en la que se han ido injertando nuevas especies y sensibilidades alentadas por el cambio de sus moradores y de las redes que estos establecían con el mundo.
El poeta Joaquín Romero Murube, uno de sus conservadores más ilustres, identificaba primordialmente tres grupos de jardines: aquellos de carácter islámico, aquellos renacentistas, y los jardines modernos. A pesar de esta aparente discontinuidad, el propio Murube nos advertía del afortunado diálogo que se establece entre ellos.
a) jardines islámicos
El primer grupo, formado por los jardines islámicos (s. XI-XIV), abarca desde la fundación del Alcázar hasta las intervenciones del rey Don Pedro (Pedro I de Castilla), intensamente influenciadas por la presencia de jardineros y alarifes nazaríes. A pesar de suponer solo el 5,4% de la superficie total, su singularidad es el origen de ese arquetipo o invariante que con el tiempo ha venido a denominarse jardín sevillano.
El patio del Yeso, el de la Contratación, el jardín de Crucero, el patio del León, el de la Montería o el patio de las Doncellas tienen su origen en este periodo.
Estos jardines se caracterizan por su pequeña escala y su profunda conexión con la arquitectura. Se trata de una sucesión de espacios fragmentados y sin grandes perspectivas donde todo se contiene y todo está al alcance de los sentidos, como si de un interior íntimo se tratará.
El más antiguo que se conserva es el Patio del Yeso, probablemente diseñado por el arquitecto Ali al-Gumari. Sin embargo, aún más singulares son los jardines de crucero en dos niveles, los cuales se concibieron como un espacio rectangular articulado en altura. Abajo, aparecen una serie de parterres rehundidos que acogen la vegetación formada por flores y árboles, cuyas copas y frutos quedan a la altura de quien deambula por el nivel superior. Finalmente, arriba se sitúan cuatro andenes surcados por sendos canales en alusión a los cuatro ríos del Paraíso.
En el Alcázar de Sevilla se da una concentración inusual de estos jardines de crucero entre los que podemos encontrar el patio de la Contratación, el Jardín de las Doncellas, el patio de la Montería y el patio de Crucero. Actualmente los dos últimos se encuentran rellenos, esperando una rehabilitación que les devuelva la singularidad que antaño tuvieron. De ellos el Patio de la Contratación resulta el más grandioso de todos, debido a la profundidad a la que se situaba el jardín respecto de los andenes y salones superiores. Un espacio único si nos atenemos a lo conservado en el Occidente Islámico y que parece más emparentado con los espacios climáticos de los Sirdabs construidos en los palacios abasíes de Samarra.
b) jardines renacentistas
Paralelamente al Descubrimiento de América se produjo un segundo descubrimiento, o habría que decir re-descubrimiento; en referencia a las culturas clásicas que se propagaron por Europa provocando un cambio mental sin precedentes.
En los jardines del Alcázar dicho movimiento fue auspiciado por los Austrias. Primero con las adecuaciones de los jardines para la boda de Carlos I con Isabel de Portugal. Después con las realizadas por Felipe II (el rey antófilo por excelencia). Pero sobre todo con las de Felipe III, el cual contó con los servicios de Vermondo Resta, arquitecto y paisajista de origen lombardo que transformaría el Alcázar con su sello híbrido, donde el clasicismo maduro del manierismo trabaría una especial relación con el patrimonio preexistente.
Atendiendo a esta premisa, los jardines renacentistas del Alcázar se identifican con aquellos situados en el flanco sur, entre el palacio y la galería del Grutesco, separados de los demás por muros y verjas y entre los que se hallan el patio del Príncipe, el jardín de las Flores y el de Galera, el jardín de Troya y el dela Danza, el jardín de Mercurio, el de las Damas y el jardín de la Cruz (antiguo laberinto donde se hallaba el Monte Parnaso), así como el cenador de Carlos I. El patio de Levíes, el patio del Chorrón y el dela Alcubilla cerrarían la lista de jardines de influencia clásica los cuales representan, en la actualidad, un 24,3% de la extensión total de los jardines.
De estos diversi giardini ridotti, como los denominaría Cosimo de Medici, sobresalían varios aspectos, como la dimensión y contención de los mismos a través de la disposición escenográfica de muros de fábrica y naranjos en espaldera, o la adopción del arte del topiario, recreando con la vegetación formas artificiales asociadas a gigantes y galeras. Investigaciones precedentes, como las de Correcher, han puesto de manifiesto cómo durante este periodo se produce una integración y reordenación de los diferentes jardines, tanto antiguos como modernos, en una narrativa coherente alusiva a la mitología clásica. Proceso que ha quedado grabado en la toponimia de los diferentes jardines.
Por último, tenemos que subrayar un hecho de importancia capital para la evolución de estos jardines como es la transformación de la antigua muralla almohade en un paseo en altura:la galería del Grutesco. Una infraestructura que mantiene e incluso potencia un tema ya ensayado en estos jardines, por ejemplo en los de crucero, como es la percepción de andar sobre las copas de los árboles extendiendo las pequeñas perspectivas como si del barón rampante se tratase.
b) jardines románticos
Por último a principios del siglo XX, en un corto periodo de tiempo, se realizan las tres últimas grandes ampliaciones de los jardines del Alcázar. Proyectos que traerían consigo la pérdida de espacios destinados a huertas productivas y de aclimatación de especies, disipándose de esta forma parte del carácter experimental que siempre habían tenido dichos jardines y que este estudio pretende recuperar.
Para transformar las últimas dos huertas se desarrollaron diversos jardines atendiendo a los gustos de la época. Actualmente estas operaciones suponen el 70,4% de la totalidad de los jardines.
La primera transformación fue la que convirtió la Huerta de la Alcoba, aquella de la cual Navaggiero se enamoró al visitarla con motivo de la boda de Carlos I, en un jardín de tipo pintoresco único en Sevilla. Para ello Juan Gras y Prats, jardinero de la Casa de Campo y diseñador de los jardines de la Magdalena de Santander, hizo traer árboles de gran porte desde los sitios reales de la Granja de San Idelfonso y Aranjuez, entre los que destacaban ginkgos, magnolios, olmos o cedros orgánicamente dispuestos sobre un manto de suave verde.
La segunda operación fue la realizada en la Huerta del Retiro, la cual ya había sido objeto de algunos trabajos coincidiendo con la estancia de José Bonaparte, y que primero fue segregada cediéndose a la ciudad un buen trecho (que hoy se corresponde con los jardines de Murillo) y posteriormente fue rediseñada, siguiendo patrones geométricos más regulares en sintonía con las exploraciones que Forestier había comenzado a realizar en Sevilla y en Castilleja de Guzmán, y que posteriormente Talavera, entre otros, continuará depurando de forma tácita. Hoy esta huerta es conocida como el jardín del Marqués de la Vega Inclán.
La tercera y última gran intervención fue la creación del jardín de los Poetas. Un espacio alentado por Joaquín Romero Murube y diseñado por Javier Winthuysen que se organiza alrededor de una lámina de agua y que continúa recreando tipológicamente ese arquetipo que es el jardín sevillano, síntesis de influencias islámicas, renacentistas y románticas, y que ambos ayudaron a consolidar.
2. El JARDÍN PLANETARIO
Si la anterior cartografía analizaba la localización de los jardines en el tiempo, en este caso la representación se centra en la “localización” de los recursos botánicos en el espacio. Desafío que se desarrolla a través de un doble desplazamiento: primero, localizando las plantas del Alcázar en el planeta para después realizar el proceso inverso, ubicando las plantas del planeta en el Alcázar.
En el primer caso, la operación devuelve a las especies –cuya memoria de foránea extrañeza aparece borrada por el tiempo, la desidia o la indiferencia– su imagen justa, extraña, inestable, aventurera, recuperando, en definitiva, la deriva que las trajo hasta aquí. Emerge, por tanto, una visión de la naturaleza como un proceso abierto que, de alguna forma, realizamos entre todos. Irremediablemente. De manera incesante.
En este sentido, los jardines del Alcázar se vislumbran como un laboratorio paisajístico donde llegaban y se aclimataban especies provenientes de lugares lejanos, proceso que ha transformado al mismo, a lo largo del tiempo, en una especie de arca vegetal, en un auténtico índex planetaire tal como nos sugería Gilles Clément en una conversación informal.
Por otra parte, el segundo análisis nos permite observar la distribución de las plantas del planeta en el Alcázar. En esta ocasión, la visualización revela la inexistencia de concordancias entre el origen de los jardines y las especies que actualmente lo conforman. Cabe imaginar, por tanto, que cada oleada de nuevas especies introducidas significó la adopción de la mismas no solo en los nuevos espacios, sino también en los antiguos, generando así el palimpsesto que hoy contemplamos.
Esta apreciación no quiere decir que no se observen patrones organizativos en estos jardines. Por ejemplo, las plantas mediterráneas (unas 47 especies, es decir el 26,7% de las inventariadas) son, a pesar de su proporción, las que estructuran primordialmente el jardín. Sobre todo porque incluyen especies clave como el mirto (Myrtus communis) o el ciprés (Cupressus spp.).
Las asiáticas, aquellas que comenzaron a introducirse durante la época islámica suponen, sin embargo, casi la mitad de las especies presentes. Destacan especialmente las procedentes de Asia Oriental, que representan el 38,6% de las especies del jardín (cerca de 70 especies).
Por último, las especies americanas, siendo menores en proporción, sobresalen por su escala y su uso como hitos singulares. Destacan especialmente las de procedencia sudamericana, con 36 especies (frente a las 19 de América del Norte o las 13 del Caribe).
África se acerca al 20% (muchas por su carácter mediterráneo), mientras que las especies de Australia y Nueva Zelanda representan un 8,5% de las inventariadas (15 especies). Por último, las especies propias de Polinesia y otros archipiélagos del Pacífico se quedan en apenas un 2,3% (con 4 especies representadas).
A modo comparativo, observamos cómo esta distribución difiere parcialmente de la proporción existente en el resto de la ciudad que, según Benito Valdés, guarda la siguiente proporción: 30% asiáticas; 20% europeas; 25% americanas; 15% africanas; 6% de Oceanía.
Una vez cartografiadas las especies cabría preguntarse acerca del fenómeno que las trajo hasta aquí. Desde esta perspectiva, la singular distribución de especies en los jardines del Alcázar parece fruto de una lenta superposición realizada por multitud de viajeros a lo largo del tiempo. Una historia interesante esta que, sin duda, espera ser contada y sobre la cual pretendemos esbozar aquí algunas pinceladas:
a) Viajeros islámicos
Abd al-Rahman I llegó a la Península en el 752 y un año después lo hizo a Sevilla. Con él y su anhelo nostálgico de reproducir los jardines de su abuelo Hixem en Damasco, se inauguró un periodo próspero que conectó Al-Ándalus con Oriente a través de las rutas comerciales del imperio islámico.
A través del historiador y geógrafo Ibn Said al-Maghribi (s.XI) sabemos que Abd al-Rahman I “hizo traer plantas exóticas y magníficos árboles procedentes de las regiones más diversas plantando los huesos de frutas seleccionadas y semillas extrañas que le habían traído sus embajadores en Siria”.
Igualmente, se conservan noticias de cómo los gobernantes andalusíes hicieron de sus palacios y almunias incipientes laboratorios botánicos donde aclimataron nuevas especies y asimilaron técnicas innovadoras que terminarían generando una floreciente revolución verde.
Esta sensibilidad hacia la agroponía y la jardinería enraizada en criterios económicos, pero también religiosos, se desplegaría después en el Alcázar sevillano durante todo el periodo islámico a través de gobernantes como Almutamid (del que sabemos que gustaba del olor a jazmín) o de sus sucesores almohades (bajo cuyo mandato se comenzaron a desarrollar los patios de crucero); de científicos y humanistas como Avenzoar, Averroes o Ibn Jaldun; de arquitectos como Ali al-Gumari (Patio del Yeso) o Ben Basso (Giralda, Caños de Carmona) y de agróponos como los sevillanos Ibn al-Awwam (Libro de la Agricultura Nabatea) o Abû l-Jayr al-Ishbîlî, los cuales, se adelantaron en algunos siglos a los naturalistas europeos del Renacimiento.
a) Viajeros renacentistas
En 1492 Cristóbal Colón descubre América y los Reyes Católicos transforman el Alcázar de Sevilla en una de sus residencias estratégicas, así como en la Casa de Contratación, también llamada Casa del Océano. Un embudo por el que tenía que pasar cualquier viajero o mercancía procedente del Nuevo Mundo.
Posteriormente Felipe II convierte el Alcázar en jardín de aclimatación real. Un laboratorio botánico similar a los que habían comenzado a proliferar en la ciudad patrocinado por eruditos como Tovar, Arias Montano, Monardes o Hernando Colón; quienes aprovecharían el monopolio del puerto sevillano para el estudio y el comercio de las nuevas maravillas provenientes del Nuevo Mundo. Este hecho transformó a Sevilla en un laboratorio paisajístico, en una avanzadilla de la botánica del momento.
De esta época nos quedan documentos que atestiguan este trasiego, como las cartas entre Clusius y Simón de Tovar, donde se recogen algunas de las plantas cultivadas por este último procedentes de América, los correos acompañados de semillas entre Pedro de Osma y Monardes, o los proyectos de Hernando Colón, hijo del almirante Cristóbal Colón. Entre ellos, destaca su jardín privado creado con plantas procedentes de sus viajes al Nuevo Mundo. Se calcula, según las fuentes, que este jardín poseía alrededor de cinco mil árboles entre los que sobresalían fabulosos ombúes (Phytolaca dioica), de los cuales según atribuye la leyenda, son vástagos los existentes en la Cartuja y el Alcázar.
a) Viajeros románticos
Sin embargo, a finales del siglo XIX la ciudad había pasado de ser uno de los centros globales de innovación a transformarse en un reducto romántico donde los viajeros llegaban buscando no el futuro, sino el pasado. Un pasado estilizado y legendario dónde según Washington Irving, uno de sus más ilustres visitantes, se “mezclaba lo sarraceno con lo gótico y donde las reliquias conservadas desde el tiempo de los moros recordaban pasajes de las mil y una noches”.
Esta mirada nostálgica hacia el pasado prevalece y enraíza en Sevilla a través de múltiples manifestaciones, incluso durante el siglo XX cuando la ciudad hace importantes esfuerzos por modernizarse. Así ocurre con la Exposición Iberoamericana de 1929 y también con la Exposición Universal de 1992, que celebran los vínculos de la ciudad con América.
Curiosamente ambas actualizaciones urbanas vinieron acompañadas de importantes operaciones paisajistas. La del 29 alrededor del parque María Luisa, diseñado por el gran jardinero francés Forestier. La del 92 a través de la reinvención de la Isla de la Cartuja. Operaciones que rememoran otras del pasado, como aquella de la Alameda de Hércules o, más recientemente, las de Cristina o Delicias, fomentadas por el asistente Arjona y asesoradas por el gran botánico Botelou, y que manifiestan el carácter de una ciudad que tradicionalmente ha confiado en la naturaleza como palanca de innovación urbana.
En este sentido, cada una de estas operaciones puede considerarse también como laboratorios botánicos y paisajísticos, pues propiciaron la llegada de nuevas especies vegetales que terminarían propagándose de manera exuberante por las calles de la ciudad, modificando para siempre su paisaje. El Alcázar no permaneció ajeno a este proceso, sirviendo en unos casos de modelo y en otros de receptáculo.
3. EL JARDÍN ESTRATIFICADO
La cartografía que se reproduce a continuación analiza la organización vertical del jardín. Una estructura que no hace referencia, en este caso, a la disposición topográfica de las distintas terrazas del jardín (responsable esencial tanto del dominio perspectivo de unos jardines sobre otros, como de la distribución hidráulica en el mismo) sino a las propiedades que emergen de la distribución y el desarrollo en altura de la multitud de ejemplares botánicos existentes.
Para ello, durante el trabajo de campo no solo se localizó cada planta, se identificó su especie o se anotó su estado de salud, sino que también se registró la altura de cada ejemplar. Este proceso desemboco en la obtención de 21.000 datos de elevación que, indirectamente, hacen referencia a cierta topografía vegetal del Alcázar. Una topografía, por otra parte, donde se superponen los diferentes niveles y con ellos sus efectos. De esta forma, con la finalidad de profundizar en las consecuencias perceptivas de dichas combinaciones, se realizó una serie de análisis gráficos aplicando una clasificación fenomenológica basada en 5 doseles.
El primero de ellos hace referencia a la capa superficial, es decir, a aquella que solo se alza unos centímetros del suelo siendo, en gran medida, responsable del sentido del “tacto” del jardín. En el caso sevillano el tratamiento no es homogéneo, apareciendo tres conjuntos diferenciados. Uno de ellos, formado por los jardines islámicos y renacentistas, se caracteriza por estar compuestos por pequeños parterres de tierra para la vegetación y caminos enlosados para los visitantes. Los otros dos se corresponden con los jardines románticos, y en ellos la proporción de enlosados es mucho menor, haciendo aparición el uso de caminos de albero. En el caso del jardín de los Poetas y el del Marqués combinado con el uso de parterres de tierra. En el caso del jardín Inglés con continuas praderas de hierba.
El segundo dosel está formado por vegetación cuyo desarrollo es siempre inferior a la altura del ojo (1,5m) y, por tanto, limita el paso pero no la visión. En el Alcázar esta capa es el responsable de la estructura de parterres y caminos y está formada principalmente por vegetación oriunda del mediterráneo, como los aromáticos mirtos y boj (Buxus sempervirens). Según varios investigadores los jardines clásicos del Alcázar se caracterizarían originariamente por estar compuestos casi exclusivamente por plantas pertenecientes a dicho dosel. Composición ésta que explicaría la disposición de los escudos del jardín de las Damas en relación a las estancias palatinas o al jardín de Mercurio los cuales, en posición de dominio, dispondrían de una perspectiva sobre estos similares a las de los belvederes.
El tercer dosel a considerar se desarrolla en un rango entre 1,5 y 5 m. Junto con los muros, este nivel es el responsable de la percepción espacial de los jardines del Alcázar, pues es el que contiene la mirada. Así, cuando Murube se refería al jardín pequeño o íntimo, tenemos que entender que no solo hacía referencia a los pequeños patios limitados por arquitecturas, sino también por esos muros vegetales, de los cuales el jardín de los Poetas, flanqueado por parterres y cipreses, es un claro ejemplo.
El cuarto dosel corresponde a una horquilla que va desde el nivel anterior hasta los 25 metros, y está formado por árboles cuya cualidad más singular es la de generar estructuras abovedadas. En ellos la sombra es un material más, y el frescor una recompensa gratificante. El jardín Inglés, como se aprecia en las cartografías, sería el exponente más destacado de los que se encuentran en el alcázar sevillano.
Así mismo, destacan a esta escala, los magnolios del jardín de las doncellas y las jacarandas cercanas a la puerta de Marchena ambos beneficiados por el microclima que aportan los estanques, el primer caso de Mercurio y en el segundo del cenador del León.
Por último, el quinto dosel estaría formado por aquellos árboles que, a modo de hitos paisajísticos, ascienden sobre el nivel anterior (> 25m). En el caso de los jardines del Alcázar observamos ejemplos múltiples, como los palos de borracho (Ceiba insignis) en el patio del León, las washingtonianas (Washingtonia robusta) cerrando la perspectiva del jardín de los poetas o marcando los vértices del jardín del Marqués y, sobre todo, los eucaliptos (Eucalyptus camaldulensis) limítrofes con el paseo de Catalina de Rivera, los cuales se muestran como las verdaderas atalayas del jardín.
4. EL JARDÍN CROMÁTICO
Cuando Forestier fue invitado a diseñar el actual parque de María Luisa comenzó un periplo de viajes e investigaciones que le llevarían a conocer en profundidad el patrimonio paisajístico andaluz. Entre las cualidades que llamarían la atención del jardinero francés se encontraba la utilización cromática de la vegetación. Sensibilidad que le llevarían a trazar alusiones con el jardín de su amigo Claude Monet en Giverny.
En este sentido, son múltiples los diseños de jardines que han sido guiados por el color. Algunos de manera exacerbada como, por ejemplo, el White Garden de Vita Sackville-West (1892-1962) cuya creación, organizada alrededor de plantas de blanca floración, motivó la propagación del diseño de jardines monocromos.
Siguiendo el hilo de esta última cita, surge la aproximación a los jardines cartografiando el comportamiento cromático de las diferentes especies a lo largo del tiempo. Con esta finalidad se tuvo en cuenta tanto la floración como la fructificación de determinadas especies, habida cuenta del impacto que sobre esta cualidad produce el millar de naranjos amargos existentes (Citrus aurantium).
Para la representación del mapa, se optó por la siguiente agrupación de colores: gris para floraciones blancas; magenta para representar los colores cálidos del jardín (rojos, naranjas, amarillos); cian para las floraciones frías (azul, violeta, lila); y violeta para representar aquellas especies polícromas como el rosal.
Analizando los resultados de dichos análisis se observa cómo, a pesar de la presencia simultánea de colores diversos (sobre todo en verano), el jardín parece alcanzar intensidades monocromas a lo largo de diferentes periodos del ciclo anual.
Así, al final del otoño y durante el invierno observamos la emergencia del naranja a través de una pléyade de notas asociadas a los frutos de los prolíficos cítricos. Efecto éste que se distribuye prácticamente por todo el recinto, salvo en el Jardín Inglés, y que encuentra un eco continuo en los pavimentos de albero.
Una vez llegada la primavera, el jardín entra en su clímax blanco. Este periplo se inicia con la floración aromática del azahar (Citrus spp.) y la voluptuosa de los melocotoneros de flor (Prunus persica). Situados en el Jardín de las Damas, son responsables de una de las estampas más bellas de estos jardines. Pero los acentos blancos no acaban aquí, prosiguen durante un tiempo de manera predominante a través de los jazmines (Jasminum officinale, J. grandiflorum o J. polyanthum), el mirto o las melindas y celindas (Philadelphus coronarius y Deutzia scabra) que pueblan el jardín, ejemplificando sin duda el predominio del color blanco en estos jardines que, junto con el amarillo, son los colores prototípicos de la floración natural mediterránea.
Sin embargo, si bien el naranja y el blanco son los colores predominantes de estos jardines, no son los únicos. Otros aparecen aquí y allá (conviviendo simultáneamente en verano, o casi desapareciendo en invierno) y añaden pinceladas y combinaciones afortunadas que perduran en el recuerdo: como el fucsia de las buganvillas (Bougainvillea spectabilis) asociados al violeta de las jacarandas (Jacaranda mimosifolia), el lila de la glicinia (Wisteria sinensis) en el Jardín de Galera y en el Patio del Chorrón, o el del agapanto (Agapanthus umbellatus) en el Jardín del León; la alfombra amarilla de los Ginkgos (Ginkgo biloba) en el Jardín Inglés o las notas alegres de los rosales (Rosa spp.) durante mayo y junio en el Jardín de los Poetas.
5. EL JARDÍN AROMÁTICO
En estos palacios y jardines, de influencia islámica, la vista no aventura mucho. Las perspectivas se rompen y contienen, todo está al alcance y los espacios parecen un interior íntimo. Así, el predominio de la vista sobre el resto de los sentidos queda desactivado demostrando que, si la visión nos enfrenta al mundo, los sentidos periféricos nos envuelven en la carne del mundo. Así debieron sentirse Almutamid, del que sabemos que gustaba del olor del jazmín, o Felipe II, el antófilo, cuyo deleite por los aromas florales era harto conocido.
Es necesario, por tanto, cartografiar los aromas para aproximarnos a la estructura profunda de estos jardines. Máxime en un lugar como Sevilla, ciudad aromática por excelencia, cuyo recuerdo siempre permanece impregnado de cierto olor a azahar o a incienso.
Siguiendo esta sensibilidad hemos realizado una serie de cartografías para observar, en el espacio y en el tiempo, los efectos aromáticos asociados a la vegetación del Alcázar. De ellas se desprenden la existencia de tres experiencias intensas:
La primera (representada en cian), se vincula al azahar. Tiene lugar al inicio de la primavera y se distribuye prácticamente por todos los jardines a través de los más de mil naranjos amargos existentes en el recinto. Una experiencia que, por una parte, continua en la ciudad donde aproximadamente 25.000 más ayudan a intensificarla. Y por otra también en el Alcázar, donde este aroma se refuerza con otros similares generados por la floración de mandarinos (Citrus reticulata), naranjos dulces (Citrus x sinensis),limoneros (Citrus x limon), limas (Citrus limetta), naranjo moruno (Citrus myrtifolia), falso pomelo (Citrus maxima), pomelos (Citrus x paradisi), o pitósporos (Pittosporum tobira), también conocidos como Azahar de China.
La segunda (representada en magenta) se vincula al jazmín y al arrayán, que etimológicamente significa “el aromático”, y aflora en verano asociada a los jardines clásicos y al Jardín del Marqués. Son aromas que se intensifican en la noche veraniega, aliviando la ansiedad e induciendo al sueño. Curiosamente son muchos los patios de la ciudad, que además de por su aroma, utilizan al jazmín como repelente de los molestos mosquitos.
La tercera (representada en gris), más sutil, continua y profunda, se prolonga como un fondo fresco sobre las mañana húmedas del año. Nos referimos a las fragancias del boj, esas que ligeramente se perciben en el Salón de los Embajadores y que te arrastran hasta el jardín del Príncipe. Dentro de esta clasificación también podríamos englobar los aromas tonificantes y frescos de los cipreses que se dispersan por todo el jardín, y cuya presencia es más evidente en los meses invernales.
Evidentemente, en el paseo por los jardines podemos encontrar otras fragancias puntuales vinculadas a especies concretas, de cuyo aroma deja pistas su propio nombre, como la Lonicera fragantissima, una madreselva de aromas cítricos que se manifiestan a finales del invierno y cuyo único ejemplar se sitúa en el Jardín Inglés; las cítricas hierbaluisas (Aloysia citriodora) del antiguoJardín del Laberinto; las damas de noche (Cestrum nocturnum) que intensifican las noches del Jardín del Marqués o de Cenador de la Alcoba; el balsámico olor del Laurel (Laurus nobilis) en los jardines clásicos; o las rosas del jardín de los poetas. Además son muchas las flores que, en su proximidad, nos deleitan con su aroma, como la salvia (Salvia officinalis), la lavanda (Lavandula angustifolia) y el romero (Rosmarinus officinalis), todas ellas aromáticas oriundas del mediterráneo.
6. EL JARDÍN NUTRITIVO
En este viaje por el jardín a través de los sentidos ocupa un lugar periférico el sentido del gusto, aunque no siempre fue así. Ya en la azora 76 del Corán se alude al paraíso como un jardín surcado por agua, “con umbrías y frutos inclinados muy bajos para ser cogidos”. Una promesa, en definitiva, del jardín como fuente de dones y alimentos.
Traducciones pragmáticas de este deseo aflorarán en al-Ándalus de manera regular. Así lo prueban escritos de botánicos como Ibn-Awan o Ibn-Luyun, los cuales hacen sugerencias sobre la correcta articulación de los “huertos de placer” (tal como se conocía a estos espacios hasta la adopción del vocablo jardín desde el francés) con los huertos productivos destinados al cultivo de alimentos. Espacios donde además se incentivaba la aclimatación de nuevas especies procedentes de Oriente, así como el ensayo a través de mezclas e injertos en la búsqueda de nuevas variedades, más sabrosas y productivas.
Estos modelos tuvieron sin duda en el Alcázar sevillano uno de sus mejores ejemplos, pues hasta el siglo XIX coexistieron ambas actividades de manera armoniosa. Hoy, sin embargo, nada resta de aquello, habiéndose transformado todo el jardín en un locus amoenus. Sin embargo, como gustaba decir a Bateson, nada en la naturaleza tiene una única motivación y, por tanto, fácil resulta encontrar entre el follaje especies que deleiten nuestro gusto.
Por tanto, en esta cartografía forzada una “cosecha” de frutos destaca sobre las demás: la de los cítricos. Entre ellos, podemos hallar pomelos, limones, limas, naranjas dulces, mandarinas y, sobre todo, naranjas amargas. Fruto cuya adopción y propagación se realizó atendiendo a sus cualidades ornamentales, pero que encontraría en el siglo XIX una utilidad alternativa. Nos referimos a su empleo para la producción de mermelada de naranja amarga, muy popular en el Reino Unido, donde el propio fruto es conocido popularmente como naranja de Sevilla.
Sin embargo, otras “cosechas” mínimas fructifican en el Alcázar, reportando al furtivo recolector un goce incomparable. Este huerto disperso y heterogéneo está formado por dátiles (Phoenix dactylifera), perales (Pyrus communis), granados (Punica granatum), nísperos (Eriobotrya japonica), caquis (Diospyros kaki), algarrobos (Ceratonia siliqua), azufaifos (Ziziphus zizyphus), moras (Morus nigra y M. alba), chirimoyas (Annona cherimola)...
Recordar, por tanto, que cultivar la atención en los jardines del Alcázar no solo reporta una recompensa estética, sino también culinaria. Un deleite al alcance de muy pocos. Como fue el caso del arquitecto milanés Vermondo Resta al cual se le retribuyó, complementariamente al pago de sus trabajos en el Alcázar, con una cesta repleta, periódicamente, con los frutos del jardín.
7. EL JARDÍN CLIMÁTICO
Visitar el Alcázar en verano, cuando la temperatura ronda los 40ºC, quizás sea la experiencia más gratificante para comprender los bondadosos efectos de estos jardines. Así, mientras el resto de los materiales urbanos transforman la implacable luz recibida en radiación térmica aumentando la temperatura del entorno; las plantas del Alcázar mediante la evapotranspiración mantienen una temperatura constante. Una estrategia que, en combinación con el agua de las fuentes y las corrientes generadas entre las diferentes estancias palaciegas, logran una sensación térmica confortable y hospitalaria que nos invita, siempre, a demorarnos en el recinto.
En este sentido, B. Valdés hace referencia a las investigaciones de Francisco Limón y Enrique Alés, los cuales compararon en julio la temperatura existente en el Campo de la Feria y el cercano Parque de los Príncipes de Sevilla. Los resultados de la misma mostraban como la zona ajardinada era entre 4º - 5ºC más fresca y con un 10-20% más de humedad durante las horas de mayor incidencia solar. Una diferencia de confort térmico que aún se intensificaba más debido a la reducción de un 90% de la radiación incidente gracias a la protección del dosel arbóreo.
Alentados por dichas aportaciones, estimamos necesario cartografiar el efecto climático de la vegetación sobre el entorno palatino. En este sentido, habida cuenta de los recursos a disposición, se optó por una primera aproximación que pretende ilustrar más que explorar. Una cartografía, en definitiva, que se centra en la disposición, profundidad y variación de las sombras en el jardín, utilizando para ello interpolaciones de Kriging. De la observación del mapa resultante emergen espacios estructurales, como el caso de la bóveda protectora del Jardín Inglés, con sus juegos de sol y sombra sobre el suelo verde. Pero también la aparición de singularidades intensas, como la pérgola de glicinia en el Jardín de la Galera.
Este mapa se complejiza posteriormente con la localización de las diferentes masas de agua en el Alcázar, recogiendo también los múltiples usos y dimensiones que el líquido elemento encarna en estos jardines. Nos referimos al agua como canal de riego (acueducto), como superficie refrescante (Sala de la Justicia, Baños de Padilla), como elemento reflectante (Jardín de las Flores), como fuente estética (Sala de la Justicia, Estanque de los Nenúfares o Montaña del Parnaso) o como elemento sonoro (Estanque de Mercurio). Espacios en definitiva, donde prosperan especies como los nenúfares (Nymphaea alba), culantrillos de pozo (Adiantum capillus-veneris), paragüitas (Cyperus alternifolius), calas (Zantedeschia aethiopica) o papiros (Cyperus papyrus).
De la combinación sabia de ambos elementos emerge, por tanto, la cartografía del frescor en el Alcázar de Sevilla. Una dimensión esencial para tomar conciencia del jardín como arquitectura climática.
8. EL JARDÍN ATMOSFÉRICO
En 1774, el científico y teólogo Joseph Priestley colocó una vela dentro de un volumen aislado, concretamente una campana de vidrio. Al cabo de un corto espacio de tiempo la vela se apagó. Posteriormente repitió el experimento pero con una planta dentro. En esta ocasión la vela también se apagó, pero al cabo de 10 días. Posteriormente volvió a repetir los mismos ensayos, esta vez con un ratón en el interior de la campana. En el primer caso el roedor murió velozmente, en el segundo, prolongó sustancialmente su vida junto a la planta. Fue así como Priestley descubrió la presencia del oxígeno en el “éter”, vislumbrando desde entonces la vinculación de éste con los procesos biológicos en la tierra.
Esta singularidad de la vida para crear sus propias condiciones de existencia tiene, por tanto, un eslabón fundamental en la capacidad fotosintética de los vegetales para, por una parte, transformar la energía solar en nutrientes para el resto de la cadena ecológica y, por otra, regular la composición atmosférica produciendo oxígeno y absorbiendo dióxido de carbono.
En este sentido, jardines como los del Alcázar actúan como auténticos pulmones urbanos. No solo produciendo oxígeno y reteniendo carbono en su ciclo de vida, sino también purificando el ambiente de partículas suspendidas en el aire, las cuales prosperan en ambientes generalmente llenos de emisiones antrópicas.
En Sevilla, el profesor Figueroa ha analizado profusamente la capacidad de las especies vegetales como sumideros de dióxido de carbono, realizando caracterizaciones precisas acerca de los servicios ecosistémicos que estas prestan.
Estimulados por estas aportaciones, hemos planteado un análisis encaminado a visualizar, de manera genérica, el potencial del jardín del Real Alcázar como sumidero de dióxido de carbono. Un espacio, por otra parte, de especial relevancia para la regulación de este proceso en Sevilla, puesto que representa el 40% del espacio verde existente en el casco histórico de la ciudad.
Para la realización de esta cartografía se han utilizado cálculos y estimaciones provenientes de diferentes autores, tanto a nivel de especies como a nivel general (mediante el uso de medias según tipo de planta o porte). Destacamos, especialmente, las aportaciones de los profesores de la Universidad de Sevilla Figueroa Clemente, Redondo Gómez o Castillo Segura; los estudios en medioambiente urbano de Durán Rivera y Alzate de la Universidad de Antioquia (Colombia), o los inestimables trabajos de los estadounidenses Nowak y McPherson.
A través de ellos, hemos tomado conciencia, a nivel particular, de aquellas especies del jardín con mayor potencial de absorción: Pinus canariensis, Quercus robur, Melia azedarach, o la Jacaranda, o aquellas otras que, debido a su manejo, permiten un mayor secuestro del mismo, como por ejemplo en la densa red verde entretejida en el Laberinto con arrayán, tuya (Platycladus orientalis) y cipreses. Según los cálculos realizados, la capacidad de absorción de CO2 de los jardines ascienden, aproximadamente, a 2.100 Tn/CO2 año, o dicho de otra manera, que el compendio de la vegetación del Real Alcázar retiene una cantidad de CO2 equivalente a lo producido por un coche de tipo medio dando 350 vueltas alrededor del mundo. Además, se puede estimar una capacidad para absorber partículas suspendidas en el aire de alrededor de 3,5Tn/SPM.año.
9. EL JARDÍN ALERGÉNICO
Las respuestas alérgicas de nuestro organismo a las numerosas especies anemófilas (plantas que polinizan a través del aire) constituyen una importante preocupación sanitaria, especialmente en las ciudades, donde se le suman otros factores de contaminación atmosférica que suelen agravar este tipo de afecciones en la población. Efectos que se intensifican de manera especial en primavera y verano, cuando coincide la máxima producción de polen con la falta de lluvias.
De forma general, las especies más problemáticas en nuestro entorno geográfico son las gramíneas (poaceae y cyperaceae) y el olivo (oleaceae). Las primeras son especialmente frecuentes por la amplia distribución de este tipo de vegetales, que engloban a un sinnúmero de herbáceas muy habituales en campos y jardines (el propio césped, “malas hierbas” en solares, campos de cultivo, etc.). La segunda, aunque suele hablarse solo del olivo cultivado como causante, también engloba a otras especies habituales en nuestros parques como los jazmines, aligustres (Ligustrum spp.), fresnos (Fraxinus spp.), etc.
Otras especies con pólenes alergénicos típicas en las ciudades son el pino, el abedul, el ciprés o el plátano de sombra, muy habituales en calles y parques. Igualmente, aunque menos frecuente, son las polinosis generadas por palmáceas (arecaceae), sobre todo en aquellos espacios donde existen importantes concentraciones de estas, como es el caso.
Teniendo en cuenta estos efectos, se ha realizado una cartografía identificando aquellas especies susceptibles de causar polinosis en los Jardines del Real Alcázar, y por tanto de crear un efecto directo sobre nuestro propio cuerpo.
Curiosamente, la lectura de la misma nos muestra, en este caso, una mayor frecuencia de oleáceas, cupresáceas (cupressaceae) o palmáceas que de gramíneas, las cuales se concentran, únicamente, en las praderas del Jardín Inglés y en los rodales de bambúes.
Las oleáceas se hallan especialmente representadas por los jazmines, los cuales se concentran especialmente en ciertos puntos, como es el caso del margen norte del Jardín del Marqués. Su mayor época de actividad transcurre entre primavera y principios del verano.
Las cupresáceas, por su parte, aparecen en gran número. Aunque están presentes en gran parte de los jardines se agrupan principalmente en aquellos de origen romántico. El riesgo de alergias asociadas a las mismas se extiende desde el verano hasta entrado el invierno.
Las palmáceas, distribuidas de manera homogénea por todo el jardín, se encuentran bien representadas a pesar de que ha visto mermado su número debido a la presencia del picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus). La época de mayor riesgo por polinosis se concentra en primavera y otoño.
Existen otras especies susceptibles de crear alergias en los jardines (asteraceae, fagaceae, moraceae, pinaceae, polygonaceae, ulmaceae), pero se trata de variedades con un número de individuos relativamente pequeño, por tanto muy localizadas, y de alergias menos frecuentes; por lo que no se han representado en este mapa.
10. EL JARDÍN ASOCIATIVO
Los jardines del Real Alcázar se muestran como un palimpsesto botánico, un texto reescrito continuamente por los moradores que lo han habitado, incorporando, paulatinamente, nuevas especies en función de las relaciones que éstos establecían con el mundo.
Dicho proceso ha derivado en una continua erosión de los patrones vegetales originales, hasta transformase en el jardín que hoy conocemos. Un paisaje generado por una multitud de decisiones no planificadas pero, no por ello, menos acertadas. Así también lo reconoce Manzano cuando, al hablar del Estanque de Mercurio, recuerda que se trata de “un jardín improvisado por la historia, como tantas cosas del Alcázar, pero de gracia infinita”.
Con el objetivo de desentrañar, no solo la paleta botánica que conforman estos jardines (formada por 187 especies), sino también el patrón que las relaciona –su estilo, su mezcla precisa– se ha realizado un análisis de redes.
Para ello se ha procedido a la utilización de la base de datos, donde se identifican y localizan la totalidad de los especímenes existentes (alrededor de 21.000). Posteriormente se ha procesado esta información utilizando un script de python, obteniendo, de esta manera, una base de datos de tamaño manejable, a partir de la cual se ha realizado un análisis de clustering jerárquico usando R. Como resultado de dicha tarea se ha establecido, para cada espécimen, las distancias pormenorizadas respecto a los otros ejemplares del jardín.
Una vez realizados estos cálculos previos se ha generado una salida visual de la información a través de Processing. Para ello se han estructurado los datos generados en el perímetro de una circunferencia con 187 nodos (especies). Paralelamente se han escalado dichos nodos mediante una ecuación logarítmica, en función de la frecuencia de aparición de las especies.
Finalmente se ha elaborado una segunda visualización independiente para cada especie, donde se representan las interacciones entre éstas y las demás mediante grafos que simbolizan la probabilidad de asociación en el modelo real del jardín. Con el objetivo de simplificar y no desvirtuar el análisis, se ha realizado un filtrado de la información limitando la aparición de grafos a la existencia de relaciones en una distancia menor a 10 metros. También se ha programado la visualización de forma que el grosor de los grafos varíe en función de la frecuencia de asociación.
Se han obtenido así una serie de gráficos con tres niveles de información: el primero, hace referencia a las especies presentes en el jardín; el segundo nivel, a su frecuencia de aparición; y por último, el tercer nivel muestra la probabilidad de cada especie para encontrarse con otras; sugiriendo así el estilo o patrón de asociaciones botánicas que existe en los jardines del Real Alcázar de Sevilla.
Entendemos, por tanto, que esta investigación (no tenemos conocimiento que se haya aplicado con anterioridad a otros estudios paisajísticos) puede ser de gran relevancia para el conocimiento, mantenimiento, o restitución de las características paisajísticas de jardines históricos como los del Alcázar de Sevilla.
Concluimos así, estas 10 miradas sobre los Jardines del Real Alcázar de Sevilla, elaboradas dentro del marco ofrecido por el “Observatorio de los jardines”. Un trabajo a partir del cual se ha intentado desarrollar y aplicar herramientas encaminadas a la investigación y difusión de la estructura paisajística de estos jardines. Aproximaciones cuya finalidad no se ha limitado únicamente a identificar los elementos que conforman los jardines, sino también a profundizar en el análisis de las relaciones que se establecen entre ellos y el ambiente que les rodea.